Torpedos Humanos Italianos

El torpedo humano italiano, el Maiale
En la noche del 19 de diciembre de 1941, seis cabezas emergieron en la tranquila superficie del Mediterraneo, iluminada por la Luna, precisamente ante la entrada de la bahia de Alejandria, en Egipto. Aquellos seis hombres no nadaban. Tripulaban por parejas tres torpedos de seis metros de longitud. Eran italianos y su misión consistia en entrar sin ser vistos en la bahia y hundir a los acorazados británicos “Valiant” y “Queen Elizabeth”.

En el transcurso de una de las hazañas más extraordinarias y menos conocidas de la segunda guerra mundial, el heroico esfuerzo de aquellos hombres consiguió su objetivo.

Bajo el mando del teniente Luigi Durand de la Penne, los seis hombres, equipados con un nuevo tipo de arma submarina, guiaron sus torpedos, especialmente adaptados para desarrollar menor velocidad, a traves de los campos de minas que se extendian en la superficie y en las profundidades del mar.
A primeras horas de la madrugada, trabajando sin descanso y casi ahogándose mientras el enemigo patrullaba por encima de ellos, los italianos consiguieron su propósito. Poco después de las seis, el Capitan Charles Morgan, comandante del “Valiant”, rodó sobre cubierta a consecuencia de una violenta explosión. El acorazado que mandaba se posó sobre el poco profundo fondo de la bahia. Unos minutos más tarde, el “Queen Elizabeth” corrió la misma suerte, y un enorme petrolero británico anclado en las cercanias estalló, iluminando la escena con sus llameantes escombros.

En las guerras modernas no es frecuente que el vencedor se enfrente con el vencido en el preciso momento de conseguir su triunfo. Pero De la Penne se hallaba prisionero a bordo del “Valiant”. Al hundirse su buque, el Capitán Morgan se dirigió al italiano con estas palabras :

Ha conseguido usted una fantástica victoria.


Puerto de Alexandria
Antecedentes

A partir del dia en que el primer navio enarboló la bandera de la Italia unificada, en 1861, la Armada italiana vivió bajo la sombra de la Real Armada Británica. Los marineros italianos admitian sin circunloquios este hecho.

  • Padecemos un irrazonable complejo de inferioridad – decian -, los cañones británicos disparan con mayor velocidad y precisión, sus buques son más rápidos y maniobrables, sus jefes más intrepidos y experimentados.
Las pretensiones de Mussolini de dominar todo el Mediterraneo no eran más que bravatas mientras Inglaterra ocupase Gibraltar, Malta, Alejandria y Chipre. En 1940, este complejo de inferioridad había degenerado en parálisis. Los almirantes italianos hacian todo lo posible para evitar una batalla con la escuadra inglesa.
Eran muchos los oficiales italianos a quienes esta habitual inacción causaba una indignación que trataban de ocultar. Su disciplina era auténtica. Pero unos cuantos oficiales jovenes, más audaces, empezaron a pensar en armas más reducidas que pudieran arriesgarse a un encuentro con el enemigo.
Las lanchas torpederas constituian una posibilidad. Durante la primera contienda mundial, la flota italiana había conseguido éxitos considerables ante la armada austro-húngara, a lo largo de las costas dálmatas, utilizando diminutas embarcaciones que hundieron un total de tres curceros acorazados.
Pero había otras ideas en ciernes. Ya en Octubre de 1935 dos ingeniosos oficiales, los tenientes Teseo y Elios Toschi, habian empezado a experimentar con torpedos. Unos torpedos muy especiales que podian ser guiados por un hombre.
Al principio la idea resultó tan absurda como la de un hombre que domesticara un tiburon y cabalgase en él. Y no obstante ¿Por qué no?. Disminuyendo la velocidad del torpedo para que este resultara más maniobrable, afianzandose en él su piloto con la ayuda de unos estribos, y montando una dirección manual en vez de un control preestablecido, tan solo quedaba la cuestión de una buena escafandra para el piloto.
A finales de 1938, amenazando ya una guerra contra Inglaterra, un comandante de la Armada, llamado Paolo Aloisi, recibió la orden de estudiar la cuestión de los torpedos humanos. Trabajando en colaboración con dos inventores, Aloisi ayudó a preparar todos los planos. En Julio de 1939, o sea en visperas de la contienda, se encargaron dos torpedos especiales, o “cerdos”, (Maiale en italiano) como llegaron a ser llamados más tarde por sus propios tripulantes.
A principios de 1940, siete hombres más se unieron a Toschi y Aloisi para constituir una flotilla.Entre los siete figuraba el teniente Luigi Durand de la Penne, un joven pero corpulento oficial de la reserva, natural de Liguria. De la Penne, que ocultaba tras un natural campechano su enorme energia, no tardó en moverse con desenvoltura entre los cuadros de mando.
Primeras pruebas
El “maiale” sufrió grandes modificaciones a consecuencia de las pruebas efectuadas por la flotilla. El torpedo que surgió de esta evolución tenia unos seis metros de largo por medio de diámetro. Lo tripulaban dos hombres, con las piernas metidas en estribos, y el piloto quedaba protegido por un parabrisas de plástico montado ante la proa. La velocidad máxima del torpedo era de dos millas y media por hora, su radio de acción alcanzaba las diez millas, y la profundidad de inmersión quedaba limitada a unos treinta metros.

El torpedo se sumergia o emergia llenando o vaciando un depósito por medio de bombas eléctricas.

Palanca de inmersión rápida
Un acumulador de sesenta voltios cuidaba de la propulsión. Los mandos eran luminosos y podian ser consultados de noche y bajo el agua.

Puesto del piloto
La espoleta del “maiale”, de un metro y medio de largo y conteniendo trescientos veinticinco kilos de TNT, se desprendia del torpedo por medio de un simple pasador.

Cáncamo de fijado de la carga explosiva

Espoleta

Timón

Formaba parte del equipo unos alicates especiales para cortar redes, un ingenioso dispositivo accionado por aire comprimido y destinado a levantar las redes, grapas para fijar la carga a las quillas de los buques, y un voluminoso rollo de cuerda.

El piloto y su ayudante llevaban trajes de goma que los cubrian totalmente, excepto el rosto y las manos. Sus máscaras recordaban a los actuales equipos para pesca submarina y se alimentaban con botellas que contenian oxigeno a presión para seis horas.

El óxido de carbono era absorbido a trabes del mismo tubo y pasaba a un depósito que contenia cristales de sosa.

Primeras operaciones
El 10 de Junio de 1940, cuando Italia declaró la guerra a Francia y a la Gran Bretaña , los “maiales” no eran todavia fabricados en serie. La flotilla decidió utilizar inmediatamente sus doce torpedos de entrenamiento, a pesar de ser ya anticuados, contra el enemigo. En el puerto de Alejandria se encontraban dos acorazados y un portaaviones británicos que serian atacados durante la noche del 25 de agosto, aprovechando el plenilunio.
Todos los hombres de la flotilla se presentaron voluntarios para esta primera misión. Cuatro tripulaciones zarparon a bordo del submarino “iride”, figurando entre ellos el teniente De la Penne. En una pequeña bahia al oeste de Tobruk, el submarino se reunió con un petrolero y con un mercante italiano a bordo del cual viajaban un almirante y los cuatro “maiale”. Las explicaciones tácticas que, con gran lujo de detalles, se ofrecieron al almirante fueron interrumpidas al amanecer por un avión de reconocimiento enemigo que volaba muy bajo sobre la bahia. El mercante y el submarino lo atacaron con sus cañones antiaéreos, pero el aparato pudo escapar.
Todavia hoy no está muy claro por qué el “Iride” no embarcó los “maiales” y se puso a salvo en alta mar; lo cierto es que no se hizo nada.

A las once y media de la mañana tres aviones británicos aparecieron de improviso, procedentes del mar. Volaban muy bajos, casi rozando las crestas de las olas, y a ciento cincuenta metros de distancia se desprendieron de los torpedos que llebavan bajo sus fuselajes. Dos de ellos fallaron el blanco, pero el tercero alcanzó al submarino en pleno casco. El “Iride” se hundió en menos de un minuto y tan solo una parte de su dotación pudo ponerse a salvo.
Eran muchos los expertos en natación que podian actuar en aquel lugar con vistas al salvamento. Los tripulantes de los cuatro “maiales” vistieron sus trajes especiales y se sumergieron a quince metros de profundidad hasta localizar el submarino en el fondo de la bahia. Por medio de golpes en el casco descubrieron que nueve marineros vivian todavia en la sala de torpedos de proa y que la escoilla de salvamenteo había quedado atascada.
Durante veinte horas interminables los ocho buceadores trabajaron sin cesar en la escotilla de salida, mientras el oxígeno iba escapando lentamente del submarino. Por fin poco antes de amanecer, la escotilla cedió ante el esfuerzo conjunto de los buzos. Los hombres que se hallaban en el interior del submarino estuvierona punto de enloquecer de pánico al recibir la orden de inundar su compartimiento y ponerse a salvo a nado. Varios de ellos no sabian nadar y se negaron a inundar el compartimiento.
Finalmente, el capitán ordenó que se les dirigiera el siguiente mensaje por medio de golpes sobre las mamparas del casco : “Inundad el compartimiento o nos veremos obligados a abandonaros”.
Pocos minutos despúes un surtidor de burbujas en la superficie del mar indicó que la orden había sido obedecida. Uno a uno, ocho de los cautivos se remontaron hasta la superficie y fueron izados a bordo del mercante. El noveno permaneció abajo, en una diminuta bolsa de aire que no tardaria en extinguirse. Al no saber nadar, había enloquecido y amenazaba con matar a cualquiera que tratase de arrancarle del inundado compartimiento.
El almirante agotó su paciencia y ordenó que el hombre fuera abandonado. Entonces el teniende De la Penne pidió que se le permitiera hablar con el almirante.

- Concédame la oportunidad de bajar y tratar de salvarlos – dijo.

De la penne recibió permiso para sumergirse. Corriendo un peligro más que considerable, entró por la escotilla de escape y localizó al submarinista demente. Los dos hombres lucharon, con sus cabezas emergiendo precariamente del agua y respirando el escaso oxígeno que aún quedaba en el submarino hundido.Para terminar con aquella desagradable situación, De la Penne tuvo que aurdir de un golpe a su contrincante, y aprovechando una última bocanada de aire salió por la escotilla y se remontó arrastrando al marinero.
Sus compañeros lo vitorearon y el almirante le prometió una medalla. Pero las felicitaciones se extinguieron ante la decepcionante realidad de que la incursión contra Alejandria había fracasado, antes incluso de iniciarse.

Al regresar a La Spezia, la flotilla empezó a planear un segundo ataque aún más ambicioso. Se trataba de un doble golpe : en la noche del 29 de septiembre los “cerdos” iban a infiltrarse en los puertos de Alejandria y de Gibraltar. En una sola noche de trabajo toda la flota británica del Mediterráneo podía ser puesta fuera de combate. Los miembros de la flotilla se mostraban entusiastas. Aquella vez no habria errores.
El 28 de Septiembre, el sumergible “Gondor” estaba sumergido a pocas millas al oeste del puerto de Alejandria.
De pronto llegaron malas noticias. Un reconocimiento aéreo había descubierto que la escuadra británica había zarpado de Alejandria pocas horas antes. El “Gondor” y sus desalentados torpedistas iniciaron el regreso a la base.
Al dia siguiente mientras navegaba en superficie, el submarino viose obligado a sumergirse sin perder tiempo, al aparecer en el horizonte varias unidades navales enemigas.

Por desgracia, estas lo habian divisado.


Dos "maiale" sobre el sub "Gondor"
El “Gondor” permanecio inmovil mientras las cargas de profundidad estallaban a su alrededor. Por una ironia del destino, los buques británicos que lanzaban aquellas cargas eran los destructores de escolta de los acorazados que el “Gondor” había querido destuir. Los destructores no hicieron su trabajo a medias. Al cabo de una hora, una carga de profundidad reventó los tanques del submarino y este emergió casi enseguida. Varios de sus tripulantes treparon freneticamente por las escalas y se lanzaron al mar antes de que el buque volviera a hundirse hasta el fondo. Fueron recogidos por un destructor británico. Entre los supervivientes se contaba el teniente Toschi, uno de los inventores del “maiale”, y el teniente Brunetti, comandante del “Gondor” y antes del “Iride”, un hombre al que la suerte le había vuelto la espalda.
Así fracasó, aún más estrepitosamente, la segunda incursión contra Alejandria.

De la Penne tuvo más suerte. A pesar de sus vivas protestas, se le había separado del grupo que debia atacar el puerto de Alejandría, plan al que tanto había contribuido y se le había asignado para la incursión simultanea contra Gibraltar.
El submarino “Scire”, capitaneado por el principe Valerio Borghese, zarpó de La Spezia con tres equipos de torpedistas, incluyendo a De la Penne. En la mañana del dia 29 se recibión un mensaje cifrado de Roma, indicando que las unidades británicas de Gibraltar, al igual que las de Alejandrïa , habian abandonado su base. A solo cincuenta millas de su objetivo, el “Scire” tuvo que disistir de su empresa. Sin embargo tuvo más suerte que el “Gondor”, pués consiguió regresar sano y salvo.
Muy a pesar de los consejos de De la Penne, fueron abandonados entonces todos los proyectos acerca de una incursión contra Alejandría. La opinión del joven oficial era muy distinta : la caza mayor – portaaviones y acorazados – echaba sus anclas en Alejandría; Gibraltar solo daba albergue a unidades ligeras y a buques mercantes.

No obstante, a diferencia de tantos oficiales italianos, De la Penne supo dar un toque de realismo a lo dramático de la situación. Los fracasos no eran irremediables, aunque dos incursiones contra el puerto egipcio hubieran carecido de éxito. Los “maiale” todavia no habian pasado por la prueba de fuego. Era posible que existiesen fallos técnicos y en Gibraltar los pilotos de los torpedos tendrian, por lo menos, una oportunidad de nadar hasta España con informes sobre las modificaciones que debian llevarse a cabo.

Pero el fracaso perseguia a la flotilla como su fuese su propia sombra. El 21 de Octubre de 1940, el “Scire” zarpó de La Spezia rumbo a Gibraltar. Ante Gibraltar, el submarino se mantuvo en inmersión entre corrientes muy peligrosas, a solamente mil metros de la entrada del puerto y en pleno dia. Aquella vez no hubo contraorden desde Roma. La acción debia continuar.
Poco después de oscurecido, el submarino emergio cautelosamente en la rada española de Algeciras, siempre a la vista del enemigo. Fue un verdadero alarde de navegación a ciegas. A la una y media de la madrugada, con su tripulación medio asfixiada por la falta de oxigeno, Borghese emergió del todo con su viejo “Scire”.

Dirigidos por Tesei, las tres tripulaciones partieron con intervalos de dos minutos a bordos de sus “cerdos”. El compañero de De la Penne era un pescador corpulento y sereno que nadaba como un pez : el sargento Emilio Bianchi. Ambos salieron en tercer lugar.
Todo marchaba bien. De la Penne y Bianchi avanzaron parcialmente sumergidos, con las cabezas a flor de agua pero respirando con sus bombonas por si acaso era necesario sumergirse con rapidez. El torpedo marchaba con toda regularidad y suavidad, pues los dos pilotos habian querido repasarlo en el último instante.

No era mucha la distancia que los separaba de Gibraltar, pero una Luna brillante se reflejaba en el puerto. De la Penne, preocupado por la estela que dejaban , redujo la velocidad del torpedo. De pronto, oyó el rumor de una lancha motora y el haz del reflector de un partullero antisubmarino pasó junto a ellos. De la Penne accionó la palanca de inmersión.
Cuando se hallaban a quince metros por debajo de la superficie, restauró el nivel del torpedo. Reinaba la oscuridad, pero su vehiculo funcionaba a la perfección. Sin embargo, en un momento dado notaron una ligera detonación en el motor. El “maiale” se inclinó y se hundió hasta el fondo. Los dos pilotos se aferraron al torpedo durante un buen rato y después se separaron de él.
Salieron a la superficie. El reflector se había extinguido. De la Penne dio una palmada en el hombro de Bianchi y los dos hombres volvieron a sumergirse. A cuarenta metros de profundidad tocaron fondo. Allí, en una noche de negrura absoluta, merodearon durante lo que les parecío una eternidad en busca del “cerdo”. Su única pista era la fosforescencia del tablero de mandos del torpedo.

Por fin consiguieron hallarlo, medio sepultado en el cieno. Durante otros diez minutos permanecieron en el fondo del mar y hurgaron en el motor a pesar de la impenetrable oscuridad. De la Penne conocia perfectamente su obligación en caso de emergencia. Hubiera sido capaz de desmontar y montar el motor con los ojos vendados. Pero el torpedo se negó a ponerse en marcha. Por fin, sufriendo ya los efectos de la elevada presión, dieron lentamente has la superficie. Para ellos la incursión había terminado.
Se despojaron de sus trajes especiales y nadaron hasta España.

Tesei y su acompañante pasaron también sus apuros, pero esta vez la culpa no fue del “maiale” sino de las defectuosas escafandras. Medio ahogados, tuvieron que abandonar el torpedo.

Intentando romper las defensas
La tercera dotación atravesó las defensas y penetró en el perímetro interior del puerto de Gibraltar. Una vez allí, el “maiale” se averió y los dos hombres fueron capturados. La espoleta estalló en la bahia, pero los ingleses no consiguieron averiguar de qué se trataba hasta que los agentes británicos dieron una idea aproximada de aquella nueva arma secreta.

Las defensas británicas no tardaron en ser reforzadas, especialmente en Gibraltar. Los reflectores iluminaban de continuo todas las entradas. Las redes fueron revisadas. Silenciosas lanchas patrulleras navegaban por todas partes, manteniendose a la escucha mediante sus hidrófonos. En plena noche eran lanzadas con frecuencia pequeñas cargas de profundidad, capaces de matar a cualquiera que se hallase en el agua en un radio de treinta metros.
En Gibraltar los ingleses llegaron hasta el punto de organizar pelotones de buceadores para inspeccionar a intervalos regulares las quillas de todos los buques anclados en la rada.

Pero no eran las contramedidas del enemigo lo que tenia en jaque a la flotilla italiana. Tesei, De la Penne y otros se lanzaron a frenéticas pruebas. Pero en una segunda incursión contra Gibraltar, los cerdos volvieron a fallar. La tercera, el 26 de Mayo de 1941, terminó con el mismo desastroso resultado.
Otros hubieran abandonado su tarea, pero aquellos eran hombres entregados de pleno a su misión. , La cuarta tentativa, el 20 de septiembre, viose coronada por el éxito : dos mercantes y un petrolero fueron hundidos. Los “cerdos” se mostraban por fin dignos de confianza, y las medidas adoptadas por los ingleses no podian detener a aquellos insensatos italianos. En los dos años siguienes, catorce buques fueron hundidos tan solo en el puerto de Gibraltar, varios de ellos en pleno dia.
F.E. Goldsworthy, oficial del servicio británico de inteligencia naval en Gibraltar, ha declarado :
- Cada una de estas operaciones exigia a los atacantes un esfuerzo físico y una osadia que habrian conseguido granjearse el respeto de cualquier armada del mundo.

Borghese fue nombrado entonces comandante de la división submarina, llamada la Décima Flotilla Ligera, que había sido reorganizada para incluir entre sus filas lanchas motoras explosivas. Dichas embarcaciones iban cargadas de trilita y eran lanzadas a toda marcha contra los buques enemigos.
Parecia como si la lancha explosiva fuera a convertirse enseguida en la mejor arma ligera de los italianos en su lucha maritima. En marzo de 1941, una docena de estas embarcaciones partieron en su buque nodriza y navegaron durante varias millas de mar abierto hasta llegar silenciosamente y sin que badie pudiera advertirlo, a la bahia de Suda, un puerto destinado al aprovisionamiento de las fuerzas británicas en Creta. Las diminutas lanchas, cargadas de explosivos, surcaron raudas la bahia. Sus pilotos fijaron los rumbos necesarios para la colisión con los buques enemigos y a doscientos metros de la muerte se lanzaron al mar. En este ataque los italianos hundieron tres buques mercantes, averiaron muy seriamente al cruceor “York y escaparon con un mínimo de bajas. Una lancha de rescate atravesó una lluvia de proyectiles británicos para rescatar a los pilotos, y consiguió ponerse a salvo en alta mar.

Cuatro meses más tarde, la décima flotilla intentó la misma hazaña en Malta. Tesei había abandonado su propio invento, el “maiale”, para dirigir el ataque.
Este fue un completo desastre.

Una fuerte barrera de boyas con una red de acero cerraba la entrada del puerto. La aviación italiana, encargada de destruir el obstáculo, había bombardeado por error otro puerto. Nueve lanchas explosivas rugieron como avispas enfurecidas y tuvieron que volverse atrás sin poder entrar. La artilleria de costa empezó a centrarlas con sus disparos mientras rondaban indefensas ante la barrera. Sin vacilar un momento, Tesei lanzó su lancha directamente contra la barrera. Saltó demasiado tarde y la explosión acabó con él. Su cuerpo nunca fue hallado.
Lo más triste es que murió en vano. La red se desprendió, pero el pesado armazón de madera flotó en la superficie. La entrada era impracticable. Otro piloto trató de volar la barrera, pero falló y encontró también la muerte. Las demás lanchas dieron media vuelta y emprendieron la retirada, derrotadas. Acosadas en alta mar por la R.A.F. fueron destruidas una a una. Tan solo una de ellas consigió escapar.

Con ello se dio por terminada la utilización de las lanchas motoras explosivas. La osadia no bastaba; se necesitaba sutileza y astucia para burlar la vigilancia de las bases británicas. Los torpedos humanos eran la solución.
Resulta de una ironia trágica que Tesei muriese luchando con un arma distinta a la suya. “ El éxito de la misión – había dicho – no tiene gran importancia; tampoco lo tienen los efectos que pueda causar en la marcha de la guerra. Lo que de veras cuenta es que existan hombres dispuestos a morir en la tentativa .“
Esas palabras suenan un tanto a alocución fascista, pero tiene aún mayor amplitud. Tesei vivió y murió protestando contra el decadente efecto del hombre por el placer y la comodidad, contra su disposición a sacrificar el honor, el coraje y la propia virilidad por el derecho a no arriesgar la vida.

También De la Penne tenia estas ideas y trató de continuarlas al tomar el mando de la Décima Flotilla. Lo consiguió; pero al final la moral de la organización descansaba sobre todo en la camaraderia y lealtad de aquellos hombres valerosos, que compartian una tarea peligrosa, agotadora y a veces imposible.

La Flotilla llevaba una vida retirada y secreta en su propia base, rodeada por los pinos de la costa del Mediterráneo occidental. Se trabajaba duramente y los oficiales eran los primeros en dar ejemplo. Les había sido confiado el viejo crucero “San Marco”, usado anteriormente en los ejercicios de tiro, y dos veces por semana lo atacaban con los “cerdos”. Los dias de descanso eran empelados para meditar en nuevos tipos de obstaculos o redes y en los sistemas más adecuados para franquearlos. También hacian prácticas con los buques de guerra italianos anclados en La Spezia. En cierta ocasión, De la Penne y otras dos tripulaciones “hundieron” el acorazado “Giuliu Cesare”, a pesar de que su capitán había sido prevenido de que se realizaria el intento.
Su vida en el bosque de pinos tenia bastante de idílica: no había periodicos, ni charlas políticas ni mujeres. Nadaban y jugaban al balón volea constantemente, pescaban y cazaban. Estudiaban mapas y fotografías aéreas de Alejandria, Malta y Gibraltar, y conocian cada uno de estos puertos por su configuración submarina.

Era indispensable el más absoluto secreto. Ni siquiera sus padres y esposas conocian la verdadera finalidad de la Décima Flotilla. A finales de 1941 los ingleses tenian una vaga idea de lo que allí se tramaba; pero ni un solo detalle se filtró desde Italia o desde los campos de prisioneros italianos, a pesar de los interrogatorios de los oficiales de los servicios de inteligencia británicos.
Los últimos meses de 1941 acarrearon un desastre naval tras otro a los aliados, tanto en el mediterraneo como en el Pacífico. De las tres armadas del Eje, tan solo la italiana permanecia inactiva.
De la Penne se dejó llevar por la ira y acosó a Borghese de dia y de noche para que pudiera en práctica el tan demorado ataque contra Alejandria. El comandante no tardó en ceder, y el Estado Mayor naval dio su permiso.
Alejandría
Borghese convocó a los miembros de la Décima Flotilla y pidió voluntarios para una misión que probablemente no les permitiria regresar. No reveló su destino, pero todos los adivinaron : Alejandria. Con rostros sonrientes, todos los hombres de la flotilla dieron un paso al frente.

Borghese les dio las gracias y seleccionó las tripulaciones. De la Penne asumiria el mando de la incursión. Le acompañaria Bianchi, su inseparable ayudante. Las otras dos tripulaciones estarian formadas por el capitan Marceglia y el buzo Schergat, y por el capitán Martellotta y el buzo Marino. Una cuarta tripulación permaneceria en reserva.
No fueron necesarios nuevos planes. Todos conocian al dedillo el fondo del puerto de Alejandria. Las fotografías aéreas no indicaban la existencia de nuevas instalaciones. En ellas aparecian claramente el “Queen Elisabeth” y el “Valiant”, muy al interior del puerto y bien rodeados por sus propias redes antitorpedos.
El “Scire” zarpó de La Spezia al atardecer. En alta mar, una unidad ligera se acercó al submarino y los tres “maiale” fueron cargados a bordo de éste. Los torpedos números 221, 222 y 223 acababan de salir de una revisión de fábrica. De la Penne hizo colocar el 221 en el compartimiento situado a proa del submarino, los otros dos se guardaron en popa.
La operación EA-3, la tercera intentona contra Alejandria, había comenzado.
Ante ellos esperaba el enemigo. De la Penne y sus hombres celebraron una última y breve reunión para examinar los mapas. Todo quedó perfectamente comprendido. Después familiarizados con las costumbres de los submarinistas, los torpedos humanos treparon a sus hamacas y descansaron.

Leyeron, durmieron y se repartieron una enorme tarta de frutas que alguien había traido consigo. El dia quince, De la Penne repartió una considerable suma en moneda inglesas para utilizar en la huida. Los seis hombres no tenian grandes esperanzas de volver a pisar suelo italiano. Todos ellos habian escrito largas cartas a sus esposas y familiares, cartas que debian ser enviadas algún tiempo después de terminada la peligrosa misión.
El dieciseis el tiempo empeoró y el submarino solo pudo navegar en superficie durante breve rato. Borghese estaba preocupado por el largo periodo de tensión impuesto a los hombres que se hallaban confinados en sus literas.
La operación debia dar comienzo a última hora de la tarde del dia siguiente, pero el diecisiete Borghese la aplazó hasta el dia siguiente. Ningún parte de reconocimiento les había sido transmitido por el operador de radio de la Décima Flotilla, quien se había desplazado expresamente a Atenas para dicha misión. A las diez de la mañana del dieciocho, el “Scire” se hallaba sumergido a treinta millas de Alejandria , en un lugar muy peligroso, y seguia careciendo de los informes de la aviación de reconocimiento.
Borghese maldijo a sus compatriotas en general por su ineficiencia, y llamó a De la Penne. Los torpedos no saldrian al encuentro de una muerte o una captura casi inevitable sin estar seguros de que sus presas – El “Queen Elizabeth” y el “Valiant” – seguian en el puerto. Pero el “Scire” no podia permanecer otro dia en aquellas aguas patrulladas constantemente por los ingleses. El desdichado fin del “Gondor” pesaba en las mentes de todos.

Había llegado el momento de tomar una decisión. De la Penne rogó a Borghese que les llevara a Alejandria aún careciendo de noticias. Si los dos acorazados habian zarpado, siempre podian hundir algún mercante. En aquel momento el telegrafista captó un mensaje del operador de Atenas. Dos aviones alemanes habian realizado el reconocimiento : El “Valiant” y el “Queen Elizabeth” seguian en el puerto. La noticia era excelente y De la Penne palmeó con alegria el hombro de su comandante.
- Muy bien – dijo Borghese con semblante severo - , lo que ahora debemos hacer es atravesar los campo de minas.
Formidables obstaculos cerraban el paso ante Alejandria. Los servicios de espionaje habian localizado un laberinto de minas que se extendia en un ancho de veinte millas. En medio del campo minado existia un circuito de minas de modelo más reducido y dentro de él una linea de cables detectores. La red que impedia el acceso al puerto propiamente dicho representaba un serio problema para los torpedos humanos.

Minas y cables estaban muy bien señalados en los mapas, siempre y cuando estos conservaran su vigencia. De la Penne estuvo de acuerdo con Borghese en el detalle de que el camino más seguro era el más cercano al fondo del mar. También allí podia haber minas, pero siempre las habria en menor cantidad. El “Scire” inició el avance. Cuando hubo recorrido veinte millas se detuvo y descendió con suavidad hasta tocar fondo.De la Penne se reunió con sus hombres y se tumbó en una de las literas. Nada podian hacer; si chocaban con una mina eran hombres muertos; si no, la misión continuaba.
El “Scire” continuó su lento avance, rozando de cuando en cuando el fondo. A medida que transcurrian las horas latensión iba en aumento. Borghese había sido condecorado con la Medalla de Oro (la más alta distinción italiana) por su navegación a ciegas en Gibraltar; tal vez fuese capaz de repetir la proeza.

A las 09:30 el “Scire” izó cautelosamente su periscopio. No había nada a la vista. Borghese ordenó la emersión y corrió hacia la torre de mando para comprobar el rumbo. ¡ Perfecto ¡. Una noche clara, un mar tranquilo, y a lo lejos podia distinguirse el faro.

Esquema del ataque
Llamó a cubierta a los buceadores, incluso a la tripulación de reserva. Estos dos últimos hombres abririan las compuertas de los compartimientos de torpedos, evitando con ello un cansancio innecesario a los atacantes. Fueron ajustadas las máscaras y se abrieron las espitas de oxígeno. Borghese cerró la escotilla de la torre y se dispuso a sumergirse.

El “Scire” descendió a seis metos de profundidad y escuchó con sus hidrofonos, tratando de detectar el zumbido de los motores de los torpedos. El número 221, el vehiculo pilotado por De la Penne, salió de su cabina, y poco después le siguieron los otros dos. Borghese estuvo escuchando hasta que no pudo distinguir ya el rumor de los motores…….
De la Penne y Bianchi comprobaron que su “maiale” funcionaba a la perfección. Pocos minutos después de abandonar el submarino, el comandante de los incursores decidió subir con su torpedo a la superficie para comprobar su navegación. Marceglia y Martellotta a parecieron con sus “cerdos” a poca distancia del torpedo tripulado por De la Penne. Hasta el momento, el ataque se desarrollaba dentro del horario previsto.

Flotando comodamente a lomos de sus “Maiale” y solos en alta mar, los torpedos humanos abrieron sus raciones alimenticias y esperaron, contemplando las distantes luces del puerto y especulando sobre los peligros que aún podrian salir a su paso.
Una hora después se pusieron en marcha hacia las luces, sacando tan solo sus cabezas fuera del agua. De nuevo tuvieron que detenerse, pero entonces no cambiaron palabra alguna. Se oian con toda claridad voces egipcias en el muelle comercial.
De pronto hizo su aparición una enorme lancha motora provista de un reflector. De acuerdo con lo previsto, los hombres-torpedos se sumergieron en el acto y se acercaron a toda velocidad al muelle. Pequeñas cargas de profundidad empezaron a caer en el agua, lanzadas por la lejana lancha. Los tres “cerdos” se reunieron bajo el agua, junto al espigón del muelle, y cada hombre se preguntó si la incursión había sido descubierta.

Las cargas de profundidad cayeron más cerca y las ondas expansivas lanzaron a los seis hombres contra los cimientos del muelle. La motora se aproximó más y una carga final estalló a cincuenta metros de distancia. La explosión les hizo el efecto de recibir un gigantesco puñetazo. Después, la lancha se alejó

A las 12:10 las tres tripulaciones, siempre sumergidas, guiaron sus torpedos hasta la red que cerraba el acceso al puerto. Un cuidadoso examen no pudo revelar abertura alguna y De la Penne vaciló antes de utilizar los aparatos neumáticos para levantar la red, temiendo que algún detector eléctrico pudiera alertar al enemigo antes de tiempo.Pero entonces tuvieron un golpe de suerte. Tres destructores británicos pidieron entrada. De la Penne observó como los reflectores barrian el puerto y las zonas de entrada donde ellos se hallaban. La luz se filtró a traves de las aguas y por fin se perdió en la verde profundidad.
La red se abrió para dar paso a los destructores y los tres “cerdos” los siguieron, muy cercanos a las espumeantes hélices. Pero debido a las prisas por salvar el obstaculo las tres tripulaciones perdieron el contacto entre si. En el negro abismo de las aguas del puerto cada torpedo italiano tuvo que seguir su propia orientación.
De la Penne y Bianchi pasaron junto a varios cascos que identificaron como pertenecientes a los buques franceses internados, que seguian inactivos bajo el mando de sus oficiales adictos a Vichy. Una sola vez subió De la Penne a la superficie para comprobar su rumbo, y después volvió a sumergirse. No sentía un gran nerviosismo. Aquello era como cualquier maniobra de prácticas, y además conocia hasta el más íntimo detalle del puerto.

Pero no tardaron en presentarse apuros. Su traje de goma negra había estado permitiendo una ligera filtración de agua desde que abandonaron el submarino. Después de pasar más de tres horas sumergido en aguas heladas empezó a sentirse entumecido mientras seguia buscando su presa. Sus movimientos eran más lentos y tenia la impresión de no poder pensar con claridad. Pero no cabia abandonar la misión.

Llegó junto a una red antitorpedos, pero no era la que él estaba buscando. Era la que rodeaba al “Queen Elizabeth” y éste pertenecia a Marceglia. No se veian señales de los otrs “cerdos” y siguió avanzando.

Después pudo localizar otra red. Sus manos desnudas estaban casi paralizadas por el frio. El agua chapoteaba junto a su espalda a causa de la filtración de su traje. Nunca había pasado tanto frio. Pero había dado con su red. Era la red que había estado buscando. Dentro de ella estaba anclado “su” acorazado. De la Penne buscó desesperadamente un orificio de entrada, palpando en la oscuridad, hasta que consideró que había descrito una vuelta completa alrededor del buque. Pero no había ninguna abertura.
Descendió con el”maiale” hasta tocar fondo y Bianchi abandonó sus estribos para aplicar el dispositivo de aire comprimido destinado a levantar redes. Sin embargo , se trataba de una red de un nuevo modelo muy rígido y el aparato no pudo levantarla lo suficiente. Bianchi regresó junto al “cerdo”, y De la Penne le llamó la atención con un golpecito en el hombro.
Solo quedaba otra posibilidad. Pasar por encima de la red.

Con extraordinarias precauciones los dos hombres asomaron sus cabezas a flor de agua. Oscuridad en todas partes. Y ante ellos el gigantesco navío……

- No experimenté gran emoción – explicó después De la Penne -,
Estaba demasiado helado a causa de la infiltración de agua en mi traje. Llegué a temer que no podria continuar.

Pero continuó. Los dos hombres bregaron hasta ponerse al nivel del agua, a la vista del “Valiant” si alguien hubiera tenido la ocurrencia de encender una luz a bordo.
A las dos y veinte se hallaban ya en el perímetro interior de la red y se sumergian de nuevo a velocidad reducida.

Unos momentos más tarde, con De la Penne cabalgando en la proa del torpedo, tocaron el casco del “Valiant”.

En aquel preciso momento, como había ocurrido ya en Gibraltar, el motor del “maiale” se paró y el torpedo se fue a pique. De la Penne nadó en pos de él. Bianchi había desaparecido. La escafandra de De la Penne empezó de pronto a llenarse de agua y el oficial ingirió un buen trago del salobre liquido. Volvió a emerger, respiró unas bocanadas de aire y vació la máscara. Después volvió a sumergirse. Después de aquellos años de prueba, estaba ya demasiado cercano a su objetivo para darse por vencido.
Pero ¿Dónde estaba Bianchi?

De la Penne localizó el “maiale” en el fondo y trato de poner en marcha el motor. No se veia ni rastro de su compañero. Finalmente , inspeccionó la hélice del torpedo y descubrió que los alambres de la red se habian enredado en ella. Lanzó un juramento. Nada podia hacerse excepto empujar a fuerza de puños el inerme “cerdo” debajo del “Valiant”. De la Penne luchó, sudó y casi lloró ante aquel contratiempo. Su escafandra dejaba entrar mayor cantidad de agua y el pesado torpedo solo se movía unos cuantos centimetros cada vez que lo empujaba con todas sus fuerzas. Tampoco estaba seguro de si lo impulsaba en la dirección apropiada. El cieno del puerto ocultaba la brújula y tuvo que nadar a ciegas hasta que volvío a tocar el acorazado.

Tragó agua otra vez y se sintó mareado. Tuvo miedo de que le acometiera un vómito. En tal caso, se veria obligado a emerger otra vez. Empujo el “cerdo”. Unos palmos más. Avanzó a nadó y comprobó la situación del casco. Volvió a tirar del torpedo y después lo empujó. Por fin, este quedó situado debajo del casco. Solo podia distinguir la esfera del relog. Con un postrer gesto de su mano cronometró la explosión para lo que le pareció ser las seis, y emergió de nuevo, pués el agua llegaba ya a sus fosas nasales.
En la superficie del mar, Bianchi arrancó la máscara de su compañero y lo hizó hasta la boya de anclaje del “Valiant” Los dos se aferraron a ella. De la Penne estaba exhausto. Apenas pudo oir como Bianchi le explicaba que se había desmayado al fallarle el suministro de oxígeno y que ni siquiera se explicaba como se había librado de ahogarse.
A las tres y media de la madrugada una lancha motora británica que patrullaba por las cercanias los descubrió con su reflector.
Aunque De la Penne se había recobrado hasta cierto punto, ninguno de los dos hombres se hallaba en condiciones de oponer resistencia. Fueron izados a bordo de la lancha y llevados a tierra. En el interrogatorio subsiguiente, De la Penne se mostró muy parco en sus explicaciones. Bianchi se limitó a narrar sus desdichas y los oficiales del servicio de información naval expresaron una irónica conmiseración ante su fracaso.

Poco después de las cuatro los dos italianos subieron a bordo del “Valiant”. El capitán Morgan escuchó con reticencia el informe según el cual los italianos habian fracasado en su misión. Les sirvió una doble ración de ron e inició un nuevo interrogatorio. A pesar de la orden de Morgan de que se mantuvieran despiertos, Bianchi no tardó en quedarse dormido.
De la Penne se había recobrado totalmente de su fatiga. Tal vez hubiera un brillo triunfal en su mirada, lo cierto es que Morgan se negó a dejarse ablandar. Lo que hizo entonces el capitan inglés resulta comprensible desde un punto de vista humano. Sin embargo, no dejó de ser una violación del tratado de Ginebra en cuanto a las normas sobre el trato que ha de darse a los prisioneros.

- Puesto que el teniente De la Penne se niega a decir si ha fijado algún explosivo al buque – declaró Morgan - , lo encerraré bajo cubierta en un lugar cercano al que supongo habrá previsto él para la explosión.
Después ordenó que la tripulación se refugiara en las cubiertas superiores.

- Fuimos trasladados a la bodega situada entre las dos torres de artilleria – afirma De la Penne - , Cuando nuestros guardianes nos dejaron solos, dije a Bianchi que todo había terminado para nosotros; pero que, por lo menos, nuestra misión había sido cumplida.
Entretanto, ¿Qué había sido de las otras dos tripulaciones?

Todo había transcurrido a la perfección para Marceglia y Schergat. A las 03:15 habian fijado la carga explosiva junto al casco del “Queen Elizabeth”, hundieron el “cerdo”, enterraron sus trajes de buzo y llegaron a la costa sin ser vistos. Pasaron una noche de frio en pleno desierto hasta que apareció el sol y secó sus ropas. Después, haciendose pasar por marineros franceses, pasearon tranquilamente por la ciudad. Tomaron un tren hasta Rosetta, donde llegaron sin novedad, pero a la mañana siguiente fueron aprehendidos por la policia egipcia mientras merodeaban con aire inocente por la costa en busca de alguna pequeña embarcación a la que poder hechar mano.

Martellortta y Marino tuvieron menos suerte, pero a la larga les sonrió el éxito. Debajo de la quilla del petrolero de dieciseis mil toneladas, Martellotta se sintió muy indispuesto al llenarse su máscara de agua de mar. Marino consiguió fijar la carga explosiva y los dos hombres llegaron a nado al litoral. Una hora después eran arrestados en un puesto aduanero egipcio y entregados a los “marines” británicos.

Seguimos la narración, tal como la refiere Morgan desde el puente del “Valiant”.
- “Alrededor de las 05:45 se me comunicó que el teniente De la Penne deseaba hablar conmigo. Ordené que le acompañaran a la sala de oficiales. Tan solo me dijo que dentro de poco tiempo se produciria una explosión. Negóse a decir si había fijado o no una carga explosiva al casco del buque. Por lo tanto, mandé que lo encerraran abajo otra vez y que se asegurasen todas las compuertas.
De la Penne había abrigado la esperanza de permanecer más rato en las cubiertas superiores. El y Bianchi habian sido separados y cada uno de ellos comprendió que su suerte estaba sellada. De la Penne procuró consolarse pensando que el barco estaba condenado a hundirse.

- “A las seis y cuatro minutos – sigue diciendo Morgan – tuvo lugar una explosión bajo la linea de flotación. No hubo bajas; pero a consecuencia de las averias el buque quedó fuera de servicio durante cinco meses”.
Tanto Bianchi como De la Penne sobrevivieron a la explosión, que ocurrió bastante lejos del lugar donde estaban encerrados.

- El buque sufrió un movimiento de retroceso – explica De la Penne -, Se apagaron todas las luces y la bodega no tardó en llenarse de humo. Yo estaba ileso, exceptuando una herida en la rodilla que me produje al caer. Abrí una escotilla por la que pensaba escaparme, pero era demasiado pequeña.
La puerta se había salido de sus goznes a consecuencia de la explosión y De la Penne consiguió abrirla.

- Trepé por la escalera y me dirigí a popa. No se veia a nadie. Después pase ante varios marineros y descubrí al capitan Morgan. Le pregunté que le había ocurrido a mi compañero…….
Bianchi apareció a su vez sobre cubierta. Morgan y los dos prisioneros pudieron ver como otra carga estallaba bajo el “Queen Elizabeth” y cómo el otro acorazado descendia hasta tocar el fondo del puerto. Unos momentos más tarde estalló también el petrolero, lanzando carburante incendiado a centenares de metros de distancia. Después, los italianos fueron trasladados a un campo de prisioneros.

Aquellos seis hombres se habian apuntado el tanto más importante de la Décima Flotilla Ligera italiana. Pero no fue el último. Cuando Italia pidió el armisticio el 8 de Septiembre de 1943, la organización había hundido un total de veintisiete buques mercantes, un destructor, un crucero y dos acorazados;lo que equivale a un cuarto de millón de toneladas. Las hazañas de la Décima Flotilla siguen constituyendo un recuerdo histórico.

Esta historia tiene un prologo, escrito por el propio Morgan : “ En el mes de marzo de 1945 el principe heredero italiano vino a Tarento, donde yo ejercia mi mando de Almirante, para inspeccionar los buques e instalaciones italianas. Yo le acompañé a los cuarteles de San Vito, donde debia efectuarse un reparto de medallas. El primer oficial había de ser condecorado con la Medalla de Oro.
Después de leerse la citación, el teniente De la Penne avanzó hacia nosotros. El principe heredero dio media vuelta y me dijo :

- Vamos Morgan, ahora le toca a Usted.
Así tuve el placer y el honor de condecorar al tniente De la Penne con la distinción más preciada de su pais por el bravo ataque que efectuó tres años antes contra mi propio buque.

No estaba de más recordar las palabras : “ Al fin y al cabo, el valor carece de nacionalidad”
Procedimiento standar para la colocación de la carga explosiva.

Os recomendamos visitar el Artículo Técnico dedicado al "Maiale" que encontraréis en el apartado Técnico, sección Artículos Técnicos.

Fuentes: Principalmente del libro "diablos del mar" (original "KILLER SUBS") Editorial MOLINO. 1965.
http://www.marina.difesa.it, http://www.regiamarina.net, http://www.museoscienza.org

Links de interés:
http://www.museotecniconavale.it/vg_sale/02salonept/pagine/slc.htm
http://www.regiamarina.net/arsenals/slc/slc_it.htm
http://www.regiamarina.net/xa_mas/history/origin_it.htm
http://www.geocities.com/ronaldolive/35torpedos.html
http://www.armorama.com/modules.php?op=modload&name=Sections&file=index&req=viewarticle&artid=994
http://blog.roodo.com/world_3d/archives/2672919.html
http://www.netwargamingitalia.net/storia-militare/articoli/le-cronache/quando-i-maiali-forzarono-alessandria.html


Artículo realizado por Antonio Fierrez para U-Historia

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